
Una creencia ancestral que se repite en distintas civilizaciones tiene que ver con la existencia de un mundo subterráneo y de seres que habitarían al interior de la Tierra. Un mito que científicos, escritores y místicos han defendido y cuya realidad y fantasía repasamos en este reportaje.
Fue hace un par de meses cuando los noticieros dieron la alarma: una laguna en la región de Magallanes se había secado por completo. Hasta la última gota de agua. Y mientras la opinión pública se preguntaba cómo diablos se puede perder un lago completo, otros buscaron respuestas. Para algunos el fenómeno se debía a un desastre producido por el calentamiento global. Otros argumentaron razones más esotéricas y recordaron casos supuestamente documentados de OVNIS que roban agua... Así las cosas, el asunto pareció aclararse a principios de julio cuando se comprobó que, de la misma forma silenciosa en que se vació, la laguna estaba llenándose nuevamente. Se suponía que éste es un suceso habitual de la naturaleza y que, sin duda, estaba ligado al retroceso de los glaciares debido al aumento de la temperatura global. Pero, ¿y si hubiera otra razón? ¿Y si la respuesta al misterio tuviera que ver con la fantástica idea de la Tierra Hueca que fascinó a intelectuales y científicos hasta bien entrado el siglo XX?
En palabras breves, esta teoría plantea que el interior de la Tierra, en lugar de ser un bloque sólido relleno de rocas, tierra, magma y minerales, es hueco. Por ende, la corteza terrestre sería una especie de cáscara que cubre ese hueco, ocultando, de paso, la existencia de un mundo subterráneo de fabulosas ciudades perdidas, habitado por evolucionados seres que nos vigilan. Científicos como Edmund Halley –el descubridor del famoso cometa–, escritores como Julio Verne e incluso los exploradores nazis de los años del Tercer Reich defendieron la realidad de este concepto y buscaron las supuestas entradas al misterioso reino del centro de la Tierra. De hecho, cuenta la leyenda que un importante héroe geográfico del siglo XX, el almirante Richard Byrd, famoso por sus vuelos de exploración polar y las expediciones antárticas de los años 40, habría sido uno de los elegidos que visitó uno de los imperios de esta otra tierra.
Cierto, sabemos que suena imposible, pero quizás no resulte tan descabellado si se piensa que la mayoría de las civilizaciones antiguas tienen leyendas que se refieren a mundos subterráneos. Ya sea el Hades griego, el Infierno cristiano o el Shamballa asiático, la idea de que hay algo bajo nuestros pies siempre ha estado presente. Y la Tierra Hueca podría ser sólo una versión más moderna de esta inquietud. De hecho, la influencia ha llegado a la literatura, destacando la novela Viaje al Centro de la Tierra, de Julio Verne; algunas obras de Edgar Rice Burroughs, el papá de Tarzán; y los mitos de Chtulu de Lovecraft; entre otras. Todo esto sin mencionar el cine, los comics y los juegos de video.
La Tierra por dentro
“Lo hemos dejado entrar aquí porque usted es de carácter noble y bien conocido en el mundo de superficie, Almirante. Usted se encuentra en el territorio de los Arianos, el Mundo Sumergido de la Tierra. Pero ahora, Almirante, le diré el motivo de su convocación aquí. Nuestro interés comenzó exactamente inmediatamente después de la explosión de la primera bomba atómica por parte de vuestra raza sobre Hiroshima y Nagasaki, en Japón. Fue en aquel momento cuando enviamos sobre vuestro mundo de superficie nuestros medios voladores, los Flugelrads, para investigar sobre aquello que vuestra raza había hecho. Nosotros nunca antes de ahora habíamos interferido en las guerras y en la barbarie de vuestra raza, pero ahora debemos hacerlo en cuanto vosotros habéis aprendido a manipular un tipo de energía, la atómica, que no es, de hecho, para el hombre. Nuestros emisarios ya han entregado mensajes a las potencias de vuestro mundo y sin embargo éstas no los atienden. Ahora usted ha sido elegido para ser testigo de que nuestro mundo existe. Vea, nuestra cultura y nuestra ciencia están miles de años por delante de las vuestras, Almirante"...
La narración concluye con anotaciones fechadas en 1956, cuando Byrd, tras años de guardar silencio debido a la disciplina militar, escribe que ahora que en sus últimas horas de vida ya no vale la pena guardar silencio, debe transmitir el mesiánico mensaje entregado por los Arianos de que si la Humanidad no cambia de camino, se destruirá y una era oscura cubrirá todo, obligando a los hombres subterráneos a salir a la superficie para ayudar a nuestra raza. Para cualquiera que haya leído algo de literatura ufológica, el tenor del mensaje resulta familiar y similar a las palabras de varios “contactados” por razas extraterrestres o, en este caso, infraterrestres. Una senda que los fanáticos de la teoría de la Tierra Hueca han transitado frecuentemente y a la cual poco a poco le han ido agregando más revelaciones.
El origen científico
Sin embargo, esto no detuvo el impulso de la teoría. El hallazgo de mamuts congelados casi en perfecto estado de conservación, hecho en Siberia en 1848, llevó a algunos a concluir que estos animales vagaban libremente al interior de la Tierra, lugar donde existirían vegetación y las condiciones ambientales adecuadas para el sostenimiento de vida. Obviamente, el paso siguiente fue incluir en la hipótesis la existencia de una o varias civilizaciones desarrollada al alero de este sol subterráneo. Hasta sectas se fundaron sobre la creencia en la Tierra Hueca. De hecho, curiosamente, algunos de los más fieles seguidores de la teoría están relacionados a algunos círculos esotéricos del misticismo nazi. Se sabe que el Tercer Reich, o por lo menos algunos de sus integrantes, creían en la realidad de la Tierra Hueca y de las civilizaciones secretas poseedoras de sabiduría infinita que moraban en su interior. Hitler mismo era cercano a estas ideas y se ha dicho que envió varias expediciones a los Himalayas para buscar las puertas que llevan a la misteriosa Agartha, morada infraterrestre de los Superiores Desconocidos y lugar donde vive el poderoso Rey del Mundo. El objetivo habría sido forjar una alianza con este reino, al cual los nazis consideraban emparentado con la raza aria. Del mismo modo, varios científicos del régimen nazi, imbuidos de la mística épica que buscaba unir el destino de su raza al origen de los mitos nórdicos, sostenían que la Tierra, al contrario de lo que afirmaban los hombres de ciencia tradicionales, era cóncava. Es decir, en lugar de habitar sobre la superficie de una esfera hueca, los seres humanos viviríamos en la corteza terrestre, pero al interior de esta tierra, con el resto del universo y los astros ubicados al centro.
Finalmente, en 1970 se publicó una serie de fotos de la Tierra tomadas desde el espacio que levantaron controversia. Una imagen, captada por el satélite ESSA-7 mostraba el Polo Norte cubierto por nubes, pero otra enseñaba la misma zona sin nubes, revelando un inmenso agujero en el Polo Norte. En apariencia, una de las entradas al mundo subterráneo. Sin embargo, la explicación era sencilla. La fotografía era un mosaico de imágenes captadas durante 24 horas donde cada zona del planeta salía iluminada, a excepción del polo, el cual estuvo a la sombra a lo largo de todo el día debido a que era invierno.