2 de enero de 2008

Muy Interesante: La Recta Provincia

En la Muy Interesante publicamos varios reportajes que abordan el mundo de lo paranormal. Uno de los mejores es el relato escrito por el gran Daniel Villalobos acerca de la Recta Provincia y los brujos de Chiloé. El invunche que ilustra este posteo es de Marcelo Pérez Dalannays. Acá reproduzco el reportaje antes que se pierda en el olvido, porque ya saben: no creo en brujas, Garay, pero que haylas, haylas...

EN LA RECTA PROVINCIA

Mientras el ejército chileno peleaba la Guerra del Pacífico en las arenas del norte, un evento menos difundido pero mucho más misterioso tomaba lugar a cientos de kilómetros al sur del país: el proceso judicial que reveló la existencia de una organización de brujos en el corazón de Chiloé.

A la par que se desarrollaba la campaña del desierto y las fuerzas chilenas ya planeaban el avance sobre Lima, en el archipiélago de Chiloé el poder establecido desde Santiago enfrentaba un enemigo menos visible: la fervorosa creencia de los locales en la magia y los curanderos. El temor a los “males” producidos por enemigos invisibles era común en la población y se había vuelto un negocio que incluía pagos monetarios o en especies tanto a quienes decían ser capaces de “lanzar” hechizos como también curarlos.

En ese contexto, el intendente de la provincia, don Luis Martiniano Rodríguez, tomó el toro por las astas y publicó el 7 de abril de 1880 una circular que ordenaba a las autoridades aprehender y enviarle tanto a los desertores del servicio militar que se escondían en casas de la zona como a los machis, brujos y hechiceros que operaran en sus distritos.
Al mes siguiente, Rodríguez lanzó una nueva circular, en la que por primera vez mencionaba su certeza de que “los brujos y curanderos de Chiloé han formado por largos años una sociedad criminal que ha producido la miseria y muerte de familias enteras”. También expresaba la necesidad de perseguir a los asociados al grupo hasta que éste desapareciera por completo.

Las redadas consiguientes llevaron al tribunal de Ancud una lista de poco más de cien personas. De esos acusados fueron apartados los que la justicia consideró responsables de delitos que cayeran dentro de su jurisdicción, ofensas comprobables como estafa, robo e incluso homicidio.

El proceso duró desde marzo de 1880 hasta febrero de 1881, cuando se dictó la sentencia de primera instancia. Durante sus sesiones se pudo atisbar el contorno de una sociedad secreta formada casi exclusivamente por indígenas, que se hacía llamar La Recta Provincia y cuyos orígenes se perdían en la leyenda y las versiones entrecruzadas.

El testimonio más repetido entre los encuestados sobre el nacimiento de la organización implica al menos a una figura histórica real: el piloto y cartógrafo español José Manuel de Moraleda y Montero, que visitó y mapeó la zona del archipiélago durante dos viajes, realizados entre 1786 y 1793. Según la leyenda contada por Mateo Coñuecar, uno de los acusados en el proceso, Moraleda era en verdad un hechicero ibérico que llegó a las islas buscando gente para volver con ella a España. Con el fin de impresionarlos, habría realizado una serie de trucos mágicos, incluyendo el transformarse en varios animales.

Pero Moraleda fue derrotado nada menos que por una mujer, una bruja de Quetalco llamada Chillpila, que venció al mago español, dejando su barco en tierra seca “en el mismo punto donde se hallaba anclado”. Humillado, el extranjero reconoció la superioridad de la magia local y se fue dejando en manos de su competidora un libro de hechicería para difundir el conocimiento entre los locales. El Libro de Moraleda (o de Salamanca, como también se le conoce en algunos textos) habría originado la fusión del saber mágico del Viejo Mundo con las artes locales, lo que explicaría también la aparición en los códigos de la Recta Provincia de figuras de la tradición cristiana como el mismo Diablo.

La Cueva de Quicaví

El Libro de Moraleda se convirtió, según la tradición citada por Coñuecar, en la piedra fundacional de la Recta Provincia, incluyendo el establecimiento de su base de operaciones en la famosa Cueva de Quicaví, una enorme “casa subterránea” escondida en la zona de Quemchi. La Cueva, un lugar mítico que algunos autores indican se iluminaba con lámparas de aceite humano y sus dimensiones varían desde un simple “despacho” hasta una estancia de veinte metros de ancho por doscientos de largo. Estaba custodiada por el Invunche, un ser deforme y temible que los brujos criaban a partir de un bebé hurtado a su madre y que también tomaba parte en las decisiones de la directiva. Aunque varios acusados mencionaron la Cueva durante el proceso, ninguno pudo (o quiso) especificar su ubicación. Una partida formada por policías y oficiales del juzgado local tampoco logró dar con ella, según cuenta un breve artículo de El Chilote, el diario de Ancud de la época.

Pero la versión que el propio Moraleda dejó escrita en su diario de viaje (Esploraciones jeográficas e hidrográficas, editada en 1888 con prólogo de Diego Barros Arana) sobre su encuentro con los chilotes es diametralmente opuesta de la que sugiere la leyenda. Según su texto, el piloto presenció con horror y distancia la forma en que operaban los curanderos, “los cuales, después de muchos misteriosos ademanes, jesticulaciones ridículas (...) acompañados a veces de violentas contorsiones i destemplados ahullidos, hacen pronósticos de la enfermedad i su causa, dejando mui satisfecho de sus aciertos al idiota auditorio”.

En el testimonio de Moraleda son los indígenas locales quienes le temen y llaman brujo y sus ceremonias le parecen propias de “miserables fanáticos”. La diferencia entre su narración y la de Mateo Coñuecar es simbólica de todo lo que rodeó al proceso de la Recta Provincia: esencialmente, el objetivo del intendente Rodríguez y los jueces implicados era desarticular y desacreditar a un poder paralelo cuya influencia se había vuelto indeseable para el Estado. La idea era presentarlos no sólo frente al tribunal sino también frente a sus coterráneos como una pandilla de estafadores indignos del temor reverente que se les profesaba. Reescribir la realidad, negando la condición mágica que los locales le asignaban al grupo y dejar establecido el dogma de que la brujería no era más que una serie de trucos baratos eficaces gracias a la ignorancia y escasa educación de las “víctimas”.

Del otro lado, los testimonios y confesiones de acusados y testigos permiten inferir que para ellos –al menos a la hora de hablar frente al juez– los poderes de la Mayoría (el nombre que recibían los miembros de la organización) eran reales, aunque ninguno de ellos los hubiera presenciado de primera mano. Y ni siquiera la certeza de que muchas de las muertes eran ejecutadas a través de un método tan prosaico como el envenenamiento, opacaba la creencia de que los brujos también podían servirse de medios sobrenaturales.

El organigrama de la Mayoría

El proceso judicial también dejó entrever la peculiar organización de la Recta Provincia, la forma en que sus miembros dividieron el archipiélago y la codificación de esos distritos con nombres de ciudades españolas o coloniales: por ejemplo, llamándole Chillán a Chelín, Perú a Caucahue, Arica a Chohuén y Villarrica a Dalcahue. El grupo estaba liderado por una asamblea o tribunal de brujos, formado por el Comandante de la Recta Provincia, el Juez Componedor, el Secretario y el Visitador General, todos bajo la autoridad del Rey de las Españas. Este último cargo fue atribuido por el acusado Domingo Coñuecar a Pedro María Chiguai, quien nunca compareció al tribunal.

Los acusados y testigos se contradecían a menudo en sus declaraciones, pero coinciden en ciertos aspectos del modus operandi de los brujos: luego que alguien presentaba una queja o petición a la asamblea, los “reparadores” investigaban el caso y daban cuenta de las pruebas al Presidente de Debajo de la Tierra, quien dictaba sentencias que iban desde multas en dinero o especies hasta la muerte.

¿Y qué clase de quejas se llevaban ante el tribunal de la Recta Provincia? Según uno de los declarantes, un tal Juan Ignacio Uribe, los requerimientos iban desde pedir alivio para enfermedades hasta revelar la identidad de ladrones; aunque la mayoría de los “clientes” buscaban a los brujos justamente para defenderse de supuestos ataques mágicos en contra de sus animales o parientes.

Cada uno de ellos tenía funciones específicas y –se desprende de los testimonios– la mayoría de esas funciones eran públicas y conocidas por buena parte de sus vecinos: la condición de hechicero no tenía el carácter de secreto mortal que uno puede encontrar en otros países. La Recta Provincia, al menos en sus inicios, parece haber sido ante todo una organización destinada a proteger a los indígenas locales de los abusos del poder oficial y de los problemas causados por su propia miseria material.

Pero en la época en que sus miembros (o parte de ellos) caen detenidos por las redadas del intendente Rodríguez, hay señales de que la institución está en crisis, que han ingresado a ella personas movidas por la codicia y que muchas de las peticiones hechas a su directiva tienen que ver con rencillas por tierras y venganzas personales. ¿Fue el proceso de 1880 una oportunidad de oro para que las filas de la organización se sanearan y el grupo completo pasara a una etapa más clandestina de su existencia, lejos de la intrusión del poder oficial? Los extractos de las actas que fueran publicados en los Anales Chilenos de Historia de la Medicina sugieren que el tribunal esperaba haber acabado para siempre con la influencia “perniciosa” de la Mayoría. Pero lo cierto es que en general las penas requeridas por el promotor fiscal José N. González en la vista del proceso fueron simbólicas (un anciano, condenado a 540 días de presidio, salió libre en vista de que ya tenía 70 días de detención acumulados) o finalmente denegadas por la sentencia de segunda instancia.

Los brujos y su organización habían quedado expuestos a la luz pública, pero es discutible si el daño de imagen causado por el proceso fue capaz de disminuir el influjo que habían tenido por décadas en el archipiélago. Hoy en día existen toda clase de leyendas y testimonios aislados sobre la forma en que la Recta Provincia sigue operando, bajo nuevas denominaciones y rituales. Y no deja de ser irónico que –cuando las batallas de la Guerra del Pacífico están relegadas a los libros de historia y a los museos– el misterio de la Recta Provincia y el singular momento en que sus miembros fueron sujetos al escrutinio del Estado sigue vivo y abierto a más de cien años de distancia.

1 comentario:

  1. que buen artículo este, ¿será verdad todo esto? yo este año quería vacaicones en chiloé... ahora me da cosa...

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